Lugar de escape mental.

Lugar de escape mental.
By : ~ Kiim Tyler ♡

Arkhé - Uno

Somos percepción. Somos una compleja amalgama de interpretaciones sensoriales, de ideas concebidas y gestadas en el seno de los sentidos. Somos una imperfecta traducción del tacto, de la vista y, sobre todo, del oído. Porque no deberíamos olvidar que los cimientos cuestan demasiado para ponerlos sin ayuda, y por mucho que nos creamos arquitectos de nuestro yo, no somos más que decisiones tomadas como reacción a una acción ajena. 

Somos, en definitiva, lo que nos dejan ser.

Es cierto, es una trivialización de una realidad sumamente compleja: la vida es ilógica y lo ilógico no tiene reglas, ni límites. No tiene sentido intentar acotarlo o analizarlo más allá de jugar con la percepción de lo que es, algo tan sumamente subjetivo y particular que no deja de ser una opinión, y las opiniones no deberían formar parte de esta historia porque pueden llegar a desvirtuar los hechos... o quizás a darles sentido, no lo sé.

No había ningún elemento decorativo. Ningún mueble. No había lámparas que explicaran el origen de esa luz que iluminaba cada rincón con una uniformidad perfecta. No había sombras, no había vida, sólo un largo pasillo y puertas. Cientos de puertas a cada lado. 

No había ningún espejo. Ninguna superficie con el suficiente brillo como para reflejar su rostro. Nada que le devolviera una mirada de desconcierto y miedo, nada que le dijera quién era. 

Se miró las manos y tomó su primera decisión: decidió que era hombre. Se palpó la cara y decidió que era joven, aunque no quiso serlo demasiado: presentía que necesitaría cierta experiencia de esa que a veces da la edad y otras un camino repleto de curvas, pendientes y baches. Se tocó el cuerpo y decidió que ahora no resultaba relevante, no importaba su firmeza, elasticidad, color o proporcionalidad. Quizás más tarde podría detenerse a buscar cicatrices. 

Tardó poco en elegir que sí existía, aunque no podía decidirse entre una existencia real o una hipotética. ¿Cómo saberlo si no tenía pasado? ¿Cómo sin tener una base de experiencias, sensaciones y recuerdos que poder usar de guía? Sus sentidos le gritaban que todo eso era irreal, pero su intuición, el instinto de una persona nueva y vacía, le decía que era una oportunidad. 

Así que tomó la primera decisión realmente importante, una de esas que definen lo que eres: dejó de tener miedo para tener curiosidad.

Pero la curiosidad no deja de ser una cualidad irónica: te empuja a querer comprender lo que te rodea incluso cuando no eres capaz de entender lo que tú mismo eres. Aunque él era muy reciente como para entenderlo, así que dejó de pensarse hacia adentro para observar hacia afuera.

Él. Sí, resulta incómodo que no tenga nombre, pero ¿para qué lo iba a querer? Las etiquetas nacen de la necesidad de distinción, de la exigencia de diferenciación entre dos entes u objetos similares. No necesitaba un nombre porque nadie lo iba a usar, él era “yo” para sí mismo y con eso era suficiente. Pero, ¿qué hay de nosotros? Él todavía no sabe lo que es para nosotros, no sabe que le estamos leyendo. Pero nosotros sí somos conscientes de él y deberíamos poder etiquetarlo en nuestra percepción, en nuestro orden natural de lo que debe de ser. 

Creo que voy a llamarlo Uno, al menos de momento.

Uno miró a su alrededor, y decidió que no había mucho que ver. Un pasillo de suelo liso y negro, de esos que te hacen dudar entre dar el siguiente paso o esperar que algo cambie por ti, incapaz de diferenciarlo de un vacío concebido para engullirte en una caída de oscuridad eterna. Un par de paredes blancas salpicadas por cientos de puertas, separadas entre sí con una perfección milimétrica. Un patrón ideado para dar una sensación de orden, como si ese contraste entre la sombría promesa del suelo y la ordenada elección de una puerta por la que escapar, fuera imprescindible para no perder el juicio demasiado pronto. Y el techo gris, sucio, apático y discordante. Quizás el ser que concibió esa extraña dimensión pensó que mirar hacia arriba era una pérdida de tiempo, o quizás esa deficiencia no fuera más que una promesa de realidad: una mentira imperfecta es más fácil de convertir en algo creíble, en una verdad perfecta.

Uno dio su primer paso, desnudo. Sintió por primera vez sus huesos, la armonía de sus articulaciones, de sus músculos, obedeciendo un impulso surgido como respuesta a una necesidad de comprender su mundo. Percibió el cambio de dimensión, el desplazamiento del punto A al punto B, la diferencia de temperatura y presión en la planta del pie, y se asombró de lo fácil que resultaba aprender. Estaba construyendo recuerdos, traduciendo su entorno a pequeños fragmentos de información que almacenaría para disfrutar más tarde, que utilizaría para que las decisiones fueran más fáciles, más mecánicas, menos desgarradoras. ¿Avanzar o retroceder? ¿Abrir esta puerta o esa otra? Realmente no importaba.

Todo tenía sentido porque la falta de sentido es una propiedad comparativa, y no había nada más con lo que comparar. Todavía no era una locura. Todavía.

Es fácil entender al Ser Humano. Pero no hablo del ser como individuo, de eso amasijo de inquietudes, creencias, preceptos morales y errores cometidos y pendientes de cometer. No, qué va, intentar entender la unidad es tan absurdo como frustrarse cuando no se consigue. Hablo del ser humano como especie, ese que se escribe capitalizado y en cursiva en los libros de anatomía, historia o filosofía. Hablo del concepto.

Imagina la escena. Un ser humano limpio de pasado, reciclado de emociones y experiencia. Una persona adulta, desnuda, con conciencia de sí misma pero inconsciente de los porqués y los cómos. Un ente vivo que se está creando a sí mismo a cada minuto que pasa, que conoce lo suficiente para crecer pero no se cuestiona lo que conoce. Un hombre que sabe lo que es un pasillo, una puerta, o un cuerpo, pero nunca antes ha experimentado un verbo, una conjugación en pasado, o una acción en primera persona.

Imagina lo que sentiría. 

¿Qué te impulsaría a ti? ¿Qué motivaría tu siguiente paso? 

Sí, es probable que seas incapaz de concebirlo porque eres producto de tus propias vivencias. Incluso la imaginación está sujeta al conocimiento. Pero, ¿y Uno? ¿Qué escribiría alguien que sabe lo que es un lápiz, lo que es una libreta, lo que es escribir, pero que nunca lo ha hecho ni le han enseñado a hacerlo, a disfrutarlo, a amarlo? Despoja de conocimiento al ser humano y entrará en escena su auténtica esencia, su impulso natural, su sendero entre la ciénaga.

Sé lo que estás pensando y tienes razón: es todo mentira. Uno no existe, es producto de mi imaginación, y la imaginación es una deformación voluntaria del pasado, de lo aprendido. Pero, ¿y si no fuera así? Y si las historias existieran como entidad, como verdad absoluta, flotando a la espera de un vehículo que las plasme, que les dé forma, cuerpo, vida, palabras. Juguemos a cuestionar la realidad sin argumentos, sólo necesitamos la voluntad de hacerlo, y la relajación de ese escepticismo tan racional y aburrido. Aunque, de todas formas, no importa, esto no es más que ficción, nada existe: ni Uno, ni tú, ni yo. Sólo somos palabras en un juego de significados y metáforas. 

Uno dio su primer paso y deseó más. Ese fue su impulso. Ese es el impulso del Ser Humano como especie: el deseo de más, a pesar de todo. Quiso descubrir los límites. Saber hasta dónde podía andar. Conocer el final del pasillo. Así que lo hizo. Porque cuando no hay nadie que te mire, nadie que te juzgue desde un pedestal de presunta superioridad moral y rectitud cívica, es más fácil ser lo que debes ser. Uno no tenía la voz de una sociedad gritándole vístete, abre la puerta, entiende lo que eres o no te muevas que no vale la pena. No tenía el peso de una experiencia en forma de ansiedad, de miedo al error, al dolor o al fracaso. Uno era libre de ser él mismo. En realidad ni podía ni sabía ser de otra forma. 

Y caminó. Ignorando las puertas. Ignorando las elecciones. Caminó simplemente deseando saber dónde estaría el final, preguntándose qué habría esperando. Porque no hay nada como creer ciegamente en algo para reconstruir tu propia realidad, y acabar destruyendo la auténtica, esa que tantas veces nos frena.

Y después de una hora caminando, finalmente lo encontró.